jueves, 31 de marzo de 2011

Un recuerdo

Nuestro cerebro es un truhan. Almacena nuestros recuerdos como improntas que se disparan de la manera más inesperada.

Olores, temperaturas, niveles de ruido, colores son almacenados junto a un contexto de una historia en nuestro córtex de modo que los recuerdos están dispersos por él.

Esta dispersión y el constante recableado que realizan internamente las neuronas hacen que podamos recordar en un momento dado sucesos que fueron, más o menos adornados, y más o menos exactos.

Hace muy poco, me vino a la cabeza uno de estos recuerdos. Una salida en navidades, allá por los 70, en la que estaba con mis hermanos. Vestidos con trencas y el obligatorio pasamontañas (blanco, verde, de colores), con nuestras manoplas, que no guantes, y unas bufandas que componían la impedimenta de los infantes de la época en el frio invierno.

No recuerdo el frio, sino un calor hogareño, pero si una noche a media luz, no tan brillante y más amarilla de bombilla de 100W, no como las actuales de colores, una noche con olor a bocadillo de calamares y castañas asadas.

Recuerdo unas calles con mucha gente, que están más vacías que las de hoy en día, y mucho villancico tradicional frente a los “jingles” de ahora.

Creces, y creces más, y un buen día te sacude el recuerdo de aquel día (noche) en la que un niño disfrutaba con sus hermanos de la Navidad.

Sed felices.

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