Tras un largo día, ayer me disponía a cenar una nueva receta de pollo con berenjena que hábilmente estuvo cocinando mi mujer.
Con el cuerpo dolorido por la tensión acumulada, estaba abriendo una cerveza negra para acompañar tan rico plata cuando sonó el teléfono y la inconfundible voz de mi amigo Juan Pedro sonó al otro lado.
Experimenté en ese momento una experiencia extraña, casi paranormal. Por primera vez en muchos años, hablaba con Juan Pedro sin que el olor del café nos envolviese con su aroma.
Situación anómala donde las haya, la ausencia de cafeína en nuestra conversación, no alteró el discurso, pero me hizo confesarle algo que llevaba años sin decirle, y guardándome en silencio (no,no son las hemorroides…): me había comprado un libro suyo hace años… y quería que me lo dedicase.
Hay momentos en los que sorprendemos a los demás, pero lo que más puede sorprender a otros es que les confesemos que ellos nos sorprendieron antes.
El libro de Juan Pedro (y me permito hacerle publicidad) “El secreto de los buscadores de perlas”, editado por Siruela, lo compré antes de reencontrarle. Como le decía anoche a su autor, es un libro que me despertó una experiencia olvidada, o al menos lejana.
Su libro me supo a aquellas tardes de verano, cuando contaba con unos doce años, en las que sustituíamos las siestas por las aventuras de los Tigres de Mompracem (Salgari), o las luchas de Wilfredo de Ivanhoe (Scott), las maquinaciones de John “Long” Silver (Stevenson) o Miguel Strogoff (Verne).
No es que le compare a él con Salgari, Verne, Scott o Stevenson, que no lo hago, sino que le dije que me sentí como aquel chaval.
Quedamos en hablar para tomarnos un café, seguir con nuestras cosas y casos, es decir seguir viviendo, y siendo amigos.
Cuando volví a la cena, estaba fría por fuera, pero me supo aún mejor.
Sed felices.
Qué bueno, David. Qué gran regalo.
ResponderEliminarUn fortísimo abrazo.
Juan Pedro