Supongamos que es viernes, que te haces planes para pasar un placentero y holgazán fin de semana.
Te estás relamiendo de gusto al pensar en esas gambitas a la plancha, su cervecita helada para acompañar, luego una paellita para acompañar y continuar con este ritmo hasta decir basta. Para poder procesar dicho exceso, una siesta a la sombra con ruido de fondo: niños jugando, el futbol en la radio, los pájaros trinando…
Luego, en mitad de la visualización de tu meta, ya comentado con los compañeros variantes de dicha escena, aparece “el de siempre” y os dice: “Espero que no tengáis planes para este fin de semana”.
Son las 14:00 del viernes. ¿Qué no tenga planes? Los tengo desde hace cinco días. Los he ido perfilando, mejorando e incluso imaginando durante cinco días…
El cuervo (ave de mal agüero) sigue graznando sobre los valores de la empresa, la entrega personal, la superación de la crisis, lo necesitados que estamos todos de nuestros empleos y la cantidad de gente que “los del gobierno han despedido”.
“¡Uf! ¡Ya está! ¡Me la han cola’o de nuevo”. Ya no habrá paellita, ni gambas, ni cervecita, ni futbol (bueno eso lo podemos poner por Internet), ni siesta…
El cuervo no aparece evidentemente cuando nosotros estamos. Él/ella están con sus gambitas, sus cervecitas, sus paellitas… Lo malo es que sabemos que desde el martes sabíamos que había que hacer, pero no se nos informó. El cuervo sabe que cuando soltar su noticia.
Imagínate que el martes nos lo dice, y somos capaces de hacerlo y pasar el fin de semana con nuestras familias, con las gambitas, con las cervecitas… Seríamos capaces. Sin embargo, aquí vamos a estar el sábado y el domingo, haciendo algo porque no hemos sido capaces de hacerlo. El cuervo es un ser superior. El tiene fin de semana…
Para los que tenéis que trabajar con cuervos.
Sed felices
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