Si uno quiere que sus hijos le hagan caso debe predicar con el ejemplo, y esto es lo más duro que hay.
La pelea diaria por los deberes, que por suerte en mi caso es menos pelea que en otros, se basa en que yo hago los “deberes” que tengo o lo que tenga que hacer.
En el despacho de casa, y con la tv del ordenador sintonizada si es necesario, mis hijos pueden ver que “papá” está haciendo “sus deberes”, lo que les realimenta en hacer los suyos.
Bien, pues estaba yo ayer de esta guisa, poniéndome al día con un nuevo producto en el que me estoy formando, cuando vengo a escuchar al dictador egipcio.
Las imágenes de la Plaza de la Libertad me recordaban a la multitud que nos unimos ante la guerra de Irak, o tras los atentados del 11-M. Clamor popular.
Pero el discurso estaba claro que no iba a llegar a buen término. Un discurso de un “padre” ante unos “hijos” a los que reconoce enfadados, y a los que promete que va a cumplir lo prometido.
Fuera de las palabras, lo que más me impresionó fue que el poco sonido de ambiente que mezclaba el realizador inyectó un sonoro abucheo cuando se rompían los envases de las esperanzas.
Sr. Mubarak, sus “hijos” se han hecho mayores. Acéptelo.
Sed felices
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