Como pude aprender hace poco, una de las funciones del Marketing es acercar las necesidades y preferencias del público a las empresas.
Dentro de la industria mundial, hay una que vende un producto de carácter especial: Cultura. Tanto las canciones de Lady Gaga, como las jotas, las canciones de Miguel Bosé o las cuecas; las películas de Lumiere o las de Cameron, pasando por Santiago Segura o Ed Wood; o los libros de Aristarco o Vargas Llosa, o de Cervantes y Shakespeare, del Marqués de Sade o Tao Yan-Ming, todos forman parte de nuestro acervo cultural, y por lo tanto parte de nuestro ser.
Hace un tiempo tuve que buscar un libro, “El americano feo (The Ugly American)”, un libro sobre la actuación de los EEUU en el Pacifico desde el final de la Segunda Guerra Mundial y antes del conflicto de Indochina, para una persona querida. Dicho libro lleva años descatalogado, y por lo tanto no podía acceder a él.
No hay fondos editoriales que puedas buscar para acceder al libro, obteniendo una copia cuando la necesitas, y eso que la tecnología existe. Tuve que obtenerlo a través del servicio de reprografía de la Biblioteca Nacional, tres meses más tarde, cuando de estar digitalizado podría haberlo obtenido en menos tiempo. Lo irónico del caso es que obtuve toda la información para poder hacer la solicitud de la copia por Internet: datos editoriales, año de impresión, etc.
En la actualidad, los precios de los libros electrónicos se colocan de manera que se desista de comprarlos y no rompan otras líneas de producción. La música ha ido aprendiendo, pero tras expoliar y quemar el mercado de la venta de música vendiendo productos de 6€ a 30€, pero ahora se quejan de las pérdidas millonarias que les supone la piratería.
La industria emplea Internet para transmitir “masters” (copias originales) a las filiales, para acortar sus puestas en el mercado, o para deslocalizar las empresas y obtener mayores beneficios. Esa misma Internet es la que sus clientes tienen a su disposición para poder evaluar productos y tomar mejores decisiones de compra. Una Internet que amenaza a los intermediarios acercando productores (artistas y autores) a clientes finales.
Nos cuentan la mentira de la pérdida de ingresos de los autores, pero sólo tenemos que ver como vivieron y murieron Cervantes, Quevedo, Lope, Valle-Inclán… Los que están perdiendo pingües beneficios son las distribuidoras, que dividieron el Mundo en zonas para controlar la distribución de películas, o que regulan que puede o no puede ver Vd. en televisión, que países van a ver un documental, y cuales no, etc.
Como ejemplo de como se pierde dinero por la piratería pongamos que supongo que voy a vender 250.000 copias del disco de Lady Baba a 40€, y sólo vendo 50.000 y tras bajar el precio varias veces. Las otras 200.000 se las cargo a la piratería y hago una nota de prensa quejándome de la inactividad del Gobierno, etc, etc.
La Ley Sinde no protege a los autores. Estos ya están protegidos por las leyes actuales. Es una Ley para los distribuidores, y los especuladores de la Cultura, que ven en Internet un enemigo y no un canal o medio de generar oportunidades.
Su rechazo en el Congreso anoche no es más que un espejismo. La coyuntura ha hecho que esta ley no salga tal y como estaba planteada, pero no hemos de bajar la guardia. Georges B. Clemenceau dijo una vez que “la Guerra es un asunto demasiado importante como para dejárselo a los militares”, y eso es lo que políticos e industrias deben pensar de Internet: “es un asunto demasiado serio como para dejárselo al Pueblo”.
Creo que el siglo XXI quiere parecerse al XVIII, creando un nuevo Absolutismo Electrónico: “Todo para el Pueblo, pero sin el Pueblo”. Bien, recuerden 1789.
Sed felices