Uno piensa que esos señores vestidos con trajes de gala, con borlas, cordones, sable al lado y sombrero antiguo, que se presentan ante el Rey para presentar sus credenciales son una especie de superhombres.
Años de estudio, preparación de oposiciones, especializaciones, protocolo, y muchas otras cosas que uno no llega a comprender hacen de uno que nació desnudo y llorando, una persona capaz de influir en los mandatarios y reyes. Son los diplomáticos.
Luego llega un australiano, monta una web especializada, empieza a publicar secretos, y se nos cae el pastel. Estos diplomáticos tan puestos, tan gallardos, no son sino porteras contando cotilleos a sus jefes: que si este no es fiable porque no te mira a los ojos, que si este es un borde, que si aquella es peligrosa, que si fulano, que si mengano.
¡Vale! Puede que sus jefes no tengan tantos estudios y tengan que escribirles de forma que lo entiendan, pero desde luego creo que es más barato darles un curso a los jefes que tener montado este chiringuito, tan caro, para tan pobre información.
Bueno, que ya lo he decidido: No me hago diplomático. Si tengo que invertir tanto para escribir lo que mi hijo es capaz de escribir… no renta.
Sed felices… ¡ah! y cuidado con las filtraciones. Los informes y las cartas bien redactados, que luego todo se sabe.
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