En diciembre de 2004 me tuve que enfrentar a una señora auditoría para la consecución de una certificación de ingeniería.
El proceso, de cuatro días, comenzaba con una presentación por parte del auditor del calendario a seguir durante los siguientes tres días. Todos los implicados estábamos presentes, y se suponía que nos comprometíamos con la apretada agenda.
Una hora más tarde, en la primera reunión de verificación, con los gerentes, varios de ellos llegaron tarde (cinco minutos) y recibieron el primer “palo” por parte del auditor: “La puntualidad es la medida del compromiso”.
Ayer sucedieron dos cosas que están relacionadas con la puntualidad. Por un lado teníamos cita en un hospital para una revisión médica, y por otro un electricista tenía que venir a realizar una reparación.
No hace falta pensar mucho en cual de estas citas se realizó con retraso, pero por si acaso voy a dar una pista: no fue el electricista.
Para poder pasar a la consulta tuvimos que esperar media hora, la media hora que tardó el médico en comenzar la consulta. Para arreglar la avería, el electricista se adelantó cinco minutos a la hora que habíamos concertado.
¿Por qué un profesional con menos nivel académico está más implicado con sus clientes que el que tiene un mayor nivel?
Puede que me pongan muchas escusas, pero tengo una teoría al respecto: el electricista sabía que mi tiempo es dinero, y que de mi satisfacción depende el éxito de sus servicios. En el otro caso ni considera el coste de mi tiempo, ni le importa lo que yo opine de sus servicios.
Deberíamos incluir alguna de estas variables a la hora de definir los puestos de trabajo de todos.
Sed felices
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