viernes, 7 de agosto de 2009

Roles

Cuando sonó el despertador, sabía muy bien que es lo que había que hacer. Una ducha rápida, un café recién hecho, que su mujer había preparado mientras el se vestía con su camisa blanca, su corbata negra y el traje gris. Sus lápices en el bolsillo habían sido comprobados metódicamente de modo que soportaran el duro día de trabajo, que como todos los días habría de afrontar.

El coche, ni grande, ni pequeño, se acomodaba al estándar que era de esperar para un hombre de su edad y estado. Ya se habían acabado los colores llamativos y la vida alocada que han de tener los jóvenes. Y es que a su edad, casado y con dos hijos, no era ya joven, era... no-joven.

Llegó al edificio corporativo y estacionó en su plaza, que estaba a la distancia establecida para su cargo. Saludó al guarda y a la secretaria de su jefe y mantuvo silencio en el ascensor, como debía ser.

Su despacho contenía una muralla de carpetas contra la pared con innumerables listas de números, de referencias a partes y componentes, a cuadros y diagramas, y que conjuntamente eran parte de aquel proyecto del Presidente fallecido, pero para el no eran más que un producto más de su trabajo.

Al final de una jornada extensa, sólo interrumpida por un sandwich y una taza de café, se dirigió al coche que seguía en su plaza, y condujo hasta su casa, en la que su mujer esperaba, perfecta y solícita a que él llegase. Los niños ya estaban dormidos, pero él era consciente de que era así como debía ser.

Tras cenar y ver la televisión se marchó a la cama, y allí en sus sueños, era él y no Armstrong el que había viajado en la Eagle y pisado la Luna.

Cuando sonó el despertador, sabía muy bien lo que había que hacer...

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