martes, 18 de agosto de 2009

La princesa y la rana


El Rey no dejaba de preguntarse que es lo que había pasado. En que se equivocó en la educación de la Princesa. La Reina estaba fuera de sí, rezando y rezando para purgar el pecado que había traído esta maldición.

La cosa es que la Princesa había leído muchos cuentos en su infancia, en los que otras princesas de lejanos reinos habían acabado besando a un sapo, y se convertía en un príncipe que se supone que las haría felices, y que comerían siempre perdices. Que aburrido, todos los días comiendo perdices, con el príncipe…

El caso es que la Princesa había conocido a muchos príncipes. Había conocido a todos los príncipes, y no había encontrado al de las perdices, al que se supone que la habría de hacerla feliz para siempre jamás.

Andaba la Princesa en estas cavilaciones cuando vio una rana, y ya en broma, ya en serio, la besó. La verde rana se convirtió en una turgente mulata que devolvió el beso a la Princesa, y esta cuando notó los turgentes pechos en su pecho, sus cálidos labios en sus labios, y sus blancos dedos entrelazados en los oscuros de ella, entendió que había llegado el momento de cambiar las perdices por carne mechada, y los guisantes por frijoles.

Las Princesas fueron felices, y comieron lo que pudieron con lo que ganaban de trabajar en su tienda de comida para ranas mientras el Rey siguió discurriendo en que se había equivocado, y la Reina rezaba para purgar sus pecados.

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