Soy miembro de un comité que se ha formado en mi urbanización para realizar el seguimiento de las obras de rehabilitación. No es que pertenezca por mis conocimientos de construcción, que tras estos meses siguen siendo casi nulos, o por mi poder de convicción, casi no tomo parte en las discusiones. No, estoy allí porque tengo una visión distinta.
Cada mes se nos pasa un documento llamado certificación, con la que se establece el avance de la obra, y en consecuencia, las obligaciones de pago para con el constructor.
Es un documento que sigo sin llegar a entender del todo, más allá de las similitudes que tiene con los informes de progreso que he realizado durante más de 15 años.
Lo gracioso es que es esta experiencia con los informes de progreso la que me ha permitido aportar al grupo. No por lo que se dice en el informe, o cómo se han hecho las cosas. No, lo aporto en lo que no se dice.
Curiosamente, las partidas de ejecución son similares todos los meses, con independencia de cuantas personas trabajen. Es más podría decir que es justo al contrario, que trabajan personas en función de lo que se va a facturar. La empresa parece de este modo haber decidido alargar el trabajo por los tiempos que corren…
Otra cosa curiosa es que la certificación de junio es el doble de la de mayo. Supongo que será para que se cubra el mes de vacaciones y de ese modo incluye la de julio o la de agosto y ya nos veremos en septiembre.
Soy el “raro” del grupo, pero uno más del mismo. Lo malo es que el constructor también lo sabe y su teléfono aparece en la pantalla del mío con más frecuencia que antes.
Pienso ahora a la inversa: ¿no es así con nuestros clientes? Lo mejor es no tratar a los clientes como si fuesen tontos, no vaya a ser que uno o varios juntos sepan más que nosotros.
Sed felices
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