martes, 4 de octubre de 2011

Tarados

Anoche me acosté tarde por culpa de un tarado. Sí, un tarado.

Es curioso como nuestro carácter, los estudios y la educación influyen en el modo en el que abordamos todos los aspectos de la vida. Los hay que son pusilánimes y carecen del carácter necesario para enfrentarse a los problemas y acaban proyectando sus frustraciones en los demás haciéndolos responsables de sus deficiencias.

imageLos hay que son de naturaleza expansionista, y que pretenden discutir y ganar la compra de un periódico con el kiosquero, acusando a todos los demás de estar en contra de ellos.

Los hay que no resuelven el problema, no discuten, no se comunican, no viven y no dejan vivir.

Los hay que no tienen ni idea de donde están, tienen poco claro donde ir, pero son capaces de seguir a quién sea siempre y cuando parezca algo coherente.

Y también están los tarados. Es el concepto del tonto inútil que hace daño aunque pierda. Es ese que no puede remediar que cuando todo está resuelto, una pizca del idiota que tiene dentro salga y deshaga todo lo que estaba hecho.

Anoche por desgracia me enfrenté, aunque estaba en mi equipo, a este tipo de individuos. Y es que si cuando estamos negociando un acuerdo en el que se puede reducir la factura de una partida en más de mil quinientos euros – un tercio del total – y la contraparte se está aviniendo al acuerdo, oyes a tu espalda que “el tarado” le dice “tienes que hacerlo porque bastante nos habéis robado ya”, lo que viene a continuación es lógico.

Si me queda claro un poco el perfil común del tarado. Son gente que se ven a si mismos como un Napoleón, un Rommel, o un Cortés. Llamados por la Historia a hacer grandes cosas, son los demás los que les impiden llegar a la Gloria, por lo que han de despuntar al final, una vez conseguido el objetivo aunque suponga perderlo.

Vuelvo a mi libro de cabecera sobre este tema: “El que no lea este libro es un imbécil” de Oliviero Ponte di Pino. Mejor que un tratado de psicología.

Sed felices

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