domingo, 6 de septiembre de 2009

Litros de alcohol


Anoche me quedé viendo una mala película, pero entretenida, en el satélite. Una película de esas que luego no recuerdas, sino vagamente, pero que cumplen con su función de entretenerte durante noventa minutos.

Al finalizar la película sobre la una y media de la mañana, recordé los tiempos en los que a esa hora estaba viendo a que nuevo garito me iba a mover, y no me dedicaba a la liturgia del cierre de persianas y ventanas. Se me escapó una media sonrisa.

En eso pude oír a un niño llorando, y a su madre, con voz más grave casi que la mía decirle, que dejase de llorar, pues le importaba poco.

¿Le importa poco? ¿Qué le importa poco? ¿Por qué llora el niño?

Una madre, con su hijo a la una y media de la mañana parados en la puerta de un garaje, no hace más que incrementar las sospechas y la curiosidad de uno. No van o viene, sólo están, y no en un portal, sino en un garaje, lo cual no nos da pista alguna…

Un movimiento por el rabillo del ojo me hizo fijarme en una figura blanca, un hombre con camiseta y pantalón pirata blanco, que estaba realizando una ejecución perfecta del método de Montecarlo en su andar, pues no había un paso predecible y conseguía una cobertura de la acera total.

Creo que no quedó baldosa que no pisase, ni metro en el que no se apoyara. El azar de sus caminar me llevó a una certera sospecha: el niño lloraba de cansancio y de ver a su padre de aquella guisa.

¿No pensó ese hombre en el daño que le produjo a su hijo?¿No tuvo la mujer la prudencia de decirle que ya era suficiente?¿Qué derecho tenemos a quejarnos de que nuestros hijos se emborrachan en la calle cuando los adultos no nos controlamos?

Espero que mis hijos no me vean nunca como ese muchachillo vio ayer a su padre. Y espero que ese padre piense hoy como le vio anoche su hijo, quizás así la próxima vez beba con mayor control y templanza.

PD – Por suerte iban andando. No quiero imaginarme que llegase a conducir un coche…

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