Nunca olvidaré la primera conversación que tuve con Nicolás. Era allá por el mes de mayo de 1997, y había acudido a su casa para que me conociese.
Unas semanas antes había pedido matrimonio a su hija y esta, no se si por ignorancia o por mucho amor, había decidido aceptarme como su compañero en la vida. Ni Nicolás, ni Marina, su madre, me conocían aún, pero así eran las cosas.
Cuando lo vi no pude más que sentir respeto por aquel hombre que me miraba con esos ojos de los que han conocido muchas cosas en la vida, y que sin embargo están dispuestos a aceptar que puede que seas tu el que les ofrezcas algo nuevo. He de reconocer que me sentí intimidado por lo mucho que me jugaba, pero a la vez seguro de mi mismo y de mi capacidad de mostrar lo que realmente sentía por su hija. Entonces fue cuando se acabó la película…
Quizás por la influencia del cine, pensaba que la cosa iría de algún modo dirigida a los planes de futuro, capacidad económica, sentimientos, etc. Yo tenía respuestas para casi todas las preguntas típicas de las escenas en las que el padre habla con el novio de la hija, pero no tenía nada planeado para lo que pasó.
Nicolás me ofreció una copa de vino dulce, que me costó aceptar ya que era un poco pronto para mi, pero que entraba dentro del rango del aperitivo. Estaba tan a la defensiva que hasta en eso quise quedar bien.
Nos sentamos en dos sofás y comenzó a hablarme sobre una noticia de prensa relacionada con un suceso local, siguió su relato con observaciones sobre política del país, del continente y la medio finalizó con una observación mundial. Yo no sabía dónde llevaba aquello, pero presté atención como ante un tribunal de grado. Cuando pensé que había acabado, deshizo el camino por el lado geográfico desde el mundo al continente, de este al país, y acabando en la localidad. Una vuelta al mundo por los caminos de la política y la geografía.
Como en todo camino, algunas piedras hay en él que hemos de esquivar. Estas piedras estaban tan bellamente puestas en forma de errores que era imposible que se debieran a la ignorancia o al desconocimiento.
Comencé entonces mi viaje, desde la geografía local a la mundial, volviendo por el lado de la política hasta el punto en que Nicolás había partido. Corregí los fallos detectados introduciéndolos en el discurso en el modo correcto, pero sin resaltar el fallo en sí.
Al final, los dos nos sonreímos y acabamos nuestras copas. La comida estaba pronta, así que se levantó y fue a la cocina en la que mi novia y su madre esperaban el resultado de la conversación. Según mi mujer, lo resumió con un simple “me gusta”, mientras que yo metabolizaba los miles de litros de adrenalina que debían estar en mi organismo.
Desde ese momento, Nicolás y yo pasamos muchas conversaciones sobre sus aventuras cuando era estudiante, sobre mis viajes anteriores y las tierras que había conocido. Tomamos café cada vez que pudimos, y fumamos lo que nuestras mujeres nos dejaron. La literatura o el arte no se escapaban, aunque lo que más le gustaba a él era la etnografía y la antropología. El folclor y la sicología de los pueblos le fascinaban, quizás en parte por la necesidad que tenía de tratar con personas de distinto tipo y raza.
Ayer, Nicolás nos dejó solos. Ya no tendré ocasión de hablar más con él, pero siempre tendré presente su recuerdo y el cariño con el que me trató.
Sit Tibi Terra Levis.