Mi hijo está realizando un trabajo en el colegio sobre uno de esos muñecos que aparecen en los dibujos animados y que luego puedes comprar en kioscos, tiendas de juguetes, supermercados, tiendas de ropa y cualquier otro sitio en el que se pueda poner la figurita y cobrar sus derechos.
Con nombres creados de mezclar el inglés con el latín y dotados de tanto material ofensivo que dan miedo con sólo mirarlos, son iguales que sus proyecciones terrenales: vacios y de plástico.
Le conté a mi hijo, que si quería pasárselo en grande, una opción era darse un paseo por la mitología greco-romana y las enormes aventuras que viven dioses, semidioses, héroes, mortales, gigantes, monstruos y otros elementos que por allí pasan.
Estuvimos hablando de Marte, de Mercurio, de Vulcano y Venus, de Zeus y lo que se moviese, de Jasón y de Hércules, de Polifemo, de Hidra, de Medusa, de la Esfinge y hasta llegamos a mencionar a Cerbero y la razón por la que a los porteros se les llama cancerberos a veces.
No hay autor de manga o de anime que tenga la imaginación que durante siglos desarrollaron dos culturas para explicar su mundo. Dentro de poco le dejaré a mi hijo que lea dos de mis más preciadas posesiones: una versión de La Metamorfosis o El Asno de Oro de Lucio Apuleyo, editada por CALPE en 1.920 al precio de dos pesetas, y la copia de 1.927 de la Teogonía de Hesiodo en una versión de la editorial Prometeo, que tuvo como director literario a D. Vicente Blasco Ibáñez.
Si se divierte la cuarta parte de lo que yo me divertí…