Me va a doler reconocerlo, pero tras mucho insistirle a mi familia política de la conveniencia de permitir a los indígenas gobernar Bolivia, ellos tenían razón.
El mayor problema, desde mi punto de vista, que presenta hoy en día Bolivia, es la ausencia de una verdadera vocación democrática en los gobernantes.
Conocí al actual Presidente Evo Morales en el año 1.997 cuando sólo era un sindicalista cocalero del Chapare (Cochabamba) y que siempre justificaba la violencia con la que los campesinos defendían los cultivos ilegales con escusas de un corte "marxista mal leido".
No es de recibo justificar el delito, o los comportamientos delictivos cuando existen otros medios (aunque menos rentables) para vivir. En el Chapare se puede cultivar la piña, y otros frutos tropicales, que cuentan con el inconveniente de tener que trabajar. Y esto es lo que siempre ha defendido Evo Morales: los indios tienen el derecho a tenerlo todo por ser los dueños de la tierra que les quitaron los españoles. La actual población de raza blanca, en tanto en cuanto son descendientes de españoles serían culpables del expolio (obviando las migraciones de las Guerras Mundiales que llevaron a muchos centroeuropeos a Bolivia, y que son los criollos o cholos los verdaderos descendientes) y por lo tanto un enemigo claramente identificable.
Lo que yace debajo del razonamiento es fascismo. Cuando Hitler identificó a los judíos como responsables de los males de Alemania, estaba haciendo lo mismo que Evo Morales con los blanco, solo que 70 años más tarde es más difícil llegar a mayores. Evo necesita de las empresas de los blanco (muchos de ellos extranjeros) para que el país siga comiendo.
Sin embargo, como Hitler está buscando un cambio legal que le permita perpetuarse y mantener el gobierno del pueblo. Un cambio que se realiza y aprueba en un cuartel protegido por sus correligionarios (o debería decir secuaces) para que no puedan entrar los representantes opositores: una Constitución de partido único.
A las camisas pardas del Partido Nacional Socialista le corresponden los Ponchos Rojos de Evo. Un grupo que queriendo actuar como garante de la fuerza del pueblo (perdón, creía que eso era el Parlamento) no llega a fuerza paramilitar y se convierte en una simple mafia de campesinos "deguellaperros" y coaccionadores, de "taliban" del indigenismo y pantomima de guerreros que repiten movimientos de karate en una triste emulación de esas imágenes de guerrilleros de la Yihad con tintes setenteros.
Y es que en el fondo es lo único que hay. Bolivia tiene gobierno a un grupo de caciques indigenas que no han actualizado sus ideas desde los años 70, que siguen viendo en la lucha del proletariado una justificación para hurgar en las faldriqueras del país reproduciendo el comportamiento de esos blancos que quieren ser.
Lo dicho me duele que hace diez años mi suegros tuviesen tan claro lo que hoy pasa, y que yo no.